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KORINA

 

 

 

-Dime, ¿a dónde quieres ir? –le pregunta amablemente el psicólogo- Tus padres me han dicho que siempre intentas escaparte.

 

Ella se limita a dibujar dos muñequitos sencillos. Uno es más alto que el otro y le pinta un pelo muy largo, lo que indica que es una niña.

Korina termina y deja el lápiz sobre la mesa. Apenas tiene diez años, pero es edad suficiente para hablar, y aunque sabe y entiende el idioma, nadie la ha oído pronunciar nunca una sola palabra; nadie salvo un operario de la cruz roja que la atendió hace más de dos años.

Korina está en el salón de la casa con sus padres adoptivos, Carlos y Margarita, y el psicólogo infantil que viene a verla todas las semanas. Allí hacen todo lo posible por ayudarla, pero la niña pocas veces se muestra colaboradora.

 

-¿Me dejas verlo? –pide el hombre. Ella le pasa el dibujo sin mirarle- Es muy bonito. ¿Y quién es esta? –señala a la niña garabateada- ¿Eres tú?

 

Korina niega con la cabeza muy levemente y juguetea nerviosa con la tela del vestido blanco; contrasta mucho con el color oscuro de su piel. Es africana, pero en su viaje hasta España ocurrieron una serie de sucesos que la dejaron traumatizada, y de ahí su inquebrantable silencio. Ahora solo se comunica con dibujos.

 

-¿Y quién es él? –continúa preguntando su psicólogo.

 

Pero en cuanto Korina ve que se refiere al niño de su dibujo, salta del sofá y se marcha corriendo de la habitación. El matrimonio no sabe qué hacer, acompañan al hombre a la puerta y le dan las gracias por venir, porque saben que por hoy no conseguirán nada más. Al salir a la calle el psicólogo se da cuenta de que está a punto de llover y cree ver a una niña de piel oscura en la azotea del edificio.

 

Son las ocho y cuarto de la tarde, hoy volverá a casa un poco más temprano pero tampoco es algo que le anime demasiado. No está casado, él se fue a trabajar a Ciudad Real dejando a su familia en Asturias. Rozando los cuarenta ahora vive en un piso de alquiler compartido. Con algunos ahorros consiguió comprar un viejo local que reformó para convertirlo en una consulta de psiquiatría infantil donde trabaja con su compañero de piso Charlie, un joven recién salido de la universidad, principiante psicólogo y experto en soltar pullas durante los partidos de fútbol.

 

El hombre llega a casa, un séptimo piso con dos habitaciones, una cocina diminuta y dos baños.

Sí, tal vez su vida no fuese la maravilla que había esperado cuando se fue de casa de sus padres con veintidós años, pero se conformaba con las cosas sencillas y le gustaba su trabajo. Y tenía bastantes clientes, lo cual también era preocupante, significaba que cada vez más niños necesitaban atención psiquiátrica, la cifra empezó a aumentar con la crisis, y no le sorprendía nada.

 

-Don Francisco –le saluda Charlie pasando frente al recibidor para llegar a la cocina. Siempre era cordial, aún no tenían la suficiente confianza para llamarse de tú, aunque estuvieran compartiendo el alquiler- ¿Qué tal ha pasado la tarde?

-Bien, bien –miente con cansancio entrando también en la cocina y sentándose alrededor de la mesa.

-Su café –dice él ofreciéndole la taza.

-Gracias.

-¿Le ocurre algo?

 

Francisco suspira dejando la taza de nuevo en la mesa y saca la carpeta con los documentos de Korina. Había una foto de ella nada más abrirla, sonreía.

 

-Es esta niña, la hija de los Manchego –se pasa una mano por la frente y apoya el codo en la mesa-. Llevamos más de dos meses de sesiones y no hemos hecho ningún progreso.

-¿Es por ella por lo que no ha podido dormir estas dos semanas?

-Casos así son los que me quitan el sueño. Korina no habla, apenas come, va al colegio pero se niega a integrarse, hay conciencia de que no es por discriminación, y cuando llega a casa se queda mirando por la ventana hasta que anochece.

-¿Se le ha muerto algún familiar?

-Su padre biológico murió de hipotermia poco después de que la patera en la que viajaban llegase a la costa. ¿Cómo lo has sabido?

-Por la expresión de sus ojos. ¿Ves? –indica los párpados de Korina, los tenía medio cerrados y la piel de alrededor se le arrugaba- Su sonrisa es forzada.

-Y luego están sus dibujos. Todos los paisajes son oscuros y tormentosos –Francisco le muestra algunos de sus dibujos-, Carlos tuvo que poner seguros en totas las ventanas de la casa y la cristalera de la terraza porque la niña sale siempre que llueve y ya cogió una pulmonía una vez.

-Tal vez solo intente llamar la atención –sugiere Charlie.

-Korina no es como los otros niños.

 

Suena el timbre de la puerta.

 

-¿Otra vez pizza? –pregunta Francisco levantando las cejas incrédulo.

 

El chico se encoge de hombros como si repetir cena por tercera vez consecutiva fuese algo irremediable.

 

Al día siguiente, Francisco apenas tuvo tiempo de abrir la consulta cuando recibe la primera llamada. Eran los Manchego, y aunque sus voces sonaban histéricas y atolondradas, pudo enterarse de lo más importante. Korina aquella noche había estado a punto de arrojarse por la terraza, parecía que se les había olvidado poner el cerrojo.

 

-Tengo que irme –le dice a su compañero poniéndose ya el abrigo.

-Pero falta un cuarto de hora para la primera cita…

-Vas a tener que atenderlos tú –le lanza las llaves de la consulta y el chico las recoge al vuelo-. ¿No presumes tanto del título? Demuestra lo que has estudiado.

 

Cierra la puerta. Si Charlie antes se había preocupado por la cita ahora estaba aterrado. Pero ya no había nada que hacer.

 

-Menos mal que ha venido –suspira Margarita con alivio al ver salir del ascensor al psicólogo. Estaba tan nerviosa que ya tenía la puerta de su casa abierta en cuanto colgó el teléfono.

-¿Dónde está?

-En el salón –indica mientras ambos caminaban por el pasillo-. Cuando conseguimos bajarla se fue corriendo a ver la televisión. Lleva toda la noche sentada ahí.

 

Korina está en el sofá con su padre al lado para asegurarse de que no volvía a la terraza. Tiene la vista fija en la pantalla como si no existiese nada más en el mundo, pero no mira el canal de dibujos sino el de las noticias. Acaba de aparecer un vídeo de una bomba estallando en Mali.

 

-¿Seguro que no quieres ver otra cosa? –le pregunta su padre cambiando el canal.

 

Korina le arrebata el mando al instante y vuelve a poner las noticias. Aparece el resumen de la mañana y los deportes. La niña sigue garabateando el mismo dibujo de ayer, la mesa está llena de ellos. En cuanto termina coge una nueva hoja y repite.

El psicólogo y su madre se acercan, prefieren no hacer nada todavía, poco a poco Korina va cerrando los párpados sin poder evitarlo, la noche en vela empieza a pasarle factura. Al final deja de pintar y se tumba en el regazo de su madre.

 

Se despierta a la media hora, justo cuando empezaban de nuevo los informativos.

Aparece una reportera frente a un campamento de la cruz roja; una ola de epidemias está sacudiendo el centro sur de África y se piden ayudas para vacunas y alimentos. También quieren construir un pozo. En particular, el lugar en el que se encontraban tiene una población extremadamente pobre, con escasez de agua y una carencia total de electricidad.

 

Korina se incorpora rápidamente cuando aparece una mujer con su hijo pequeño llorando. Ella también empieza a llorar, la mujer aparece desnutrida y débil. Un operario vuelve a pedir ayuda una vez más y pasan a la siguiente noticia.

Korina salta del sofá y corre, pero esta vez hacia la puerta. Esta cerrada. Llora y patalea la madera hasta que se queda marcada.

Francisco se acerca a ella y le muestra el dibujo.

 

-Korina, ¿quiénes son?

-… -al final sacude la cabeza.

-Solo queremos ayudarte –insiste-. ¿Son los que han salido en la televisión?

 

Susurra algo demasiado bajito para poder oírse. Quiere hablar, pero no puede.

 

-También podemos ayudarlos a ellos. ¿Son tu familia?

-No –susurra. Y aunque parezca mentira, es lo único que sus padres la han oído decir desde que la adoptaron hace seis meses. Tenía un suave acento-. Yo soy de aquí. Nací en Cádiz.

-No naciste en España, cariño –le susurra su madre.

-Sí. Papá me dijo que soy de aquí –habla cada vez más temblorosa. Francisco y Margarita se giraron hacia un estupefacto Carlos. No, estaba claro que no se refería a él -. Se lo dije al hombre que me curó.

-Pero, Korina…

-Espere –la interrumpió el psicólogo y se llevó al matrimonio aparte-. Está mintiendo, eso ya lo saben, pero no quiere mentir. Déjenme un momento a solas con ella, ¿de acuerdo?

 

Con resignación por parte de la mujer ambos se marcharon y Francisco volvió a mirar a la niña, que se había sentado en el suelo abrazándose las piernas.

 

-¿Te gustaría ir a visitarlos? ¿Por eso siempre te escapas? -Korina asiente y vuelve a esconder la cara tras las rodillas- ¿Y qué más te dijo papá?

-¿Por qué? –Korina le mira desafiante.

-¿No me lo puedes contar?

-No… No hables. Eres de Cádiz. No tienes mamá –la niña sigue temblando-. Si eres de África mamá no tiene dinero y Koda no crece. No come. No hay agua.

-¿Quién es Koda?

-Él –señala al niño del dibujo.

-¿Y ella? ¿Es tu madre?

-¡No, no, no! –chilla- Papá mintió. Mamá no tiene comida. ¡No puedo hablar! ¡No hablo! –Se tapa la boca con las manos.

 

Vuelve a llorar y a esconder la cara.

 

-Korina –Margarita ha vuelvo al oír gritar a la niña y se va corriendo a abrazarla, pero ella no quiere, está asustada. Todo encaja ahora.

-Espere un segundo, por favor –repite el psicólogo.

-¿Pero qué le ocurre?

-No le ocurre nada. Korina es una chica muy valiente, ¿verdad? –le dice a la niña.

-Mmm… -levanta un poco la cara.

-¿Te gustaría volver a verlos? ¿A tu mamá y a Koda? –Ella vuelve a asentir.

-No tienen agua –susurra.

-Te prometo que les ayudaremos.

 

Un rato después consiguen calmar del todo a la niña, la cual se va a jugar a su cuarto mientras Francisco les aclara las cosas a los padres.

 

-Korina tiene a su madre y a su hermano en África. Casualmente han aparecido en las noticias. Cuando ella vino a España su padre le dijo que cuando llegaran no podría decirle a nadie quién era no de dónde procedía porque si descubrían que eran inmigrantes ilegales probablemente los repatriarían. Su padre vino aquí para trabajar y enviar el dinero a su mujer y a su hijo para que pudiesen comer. Por eso cuando murió su padre ella se sintió tan desprotegida e insegura que dejó de hablar –hace una pausa para dejar al matrimonio procesar la información y después continuó-. Anoche debió de ver la noticia, se sintió angustiada y pensó que por su culpa su familia pasaba hambre. Y por eso estuvo a punto de saltar por la terraza.

-¿Quiere ir ahora a África?

-Así es.

-Pero hay una epidemia horrible allí –protesta el padre.

-Si la llevan o no eso ya es decisión suya, ero les advierto de que Korina no mejorará a menos que vea a su familia y se asegure de que está bien. Todos esos dibujos de tormentas son su deseo de que llueva allí. Quiere ayudar a esas personas.

 

Todos se quedan un rato en silencio. La pareja se mira.

 

-Lo cierto es que no estamos pasando por una buena etapa económica –admite la mujer-. Me encantaría que Korina fuese si eso la hace feliz, pero no veo la forma de que podamos llevarla pronto.

-Se lo prometí antes a su hija y lo diré de nuevo ahora. Encontraremos una solución.

 

Dos meses después…

 

Acaban de llegar las fotos. Francisco las mira y compara con la única foto que tenía de Korina antes de marcharse de vuelva a África.

Aparecía sentada al lado del pozo que habían logrado construir. Tenía cogido en brazos a su hermano de tres años y a su lado estaban su madre biológica y Charlie, que había decidido marcharse al poblado con un primo suyo que trabajaba como voluntario allí.

 

Muchas cosas parecían estar ya solucionadas. Korina volvería a España tres meses más tarde con Charlie y regresaría tan pronto como pudiese. Lo que ocurriese después ya se vería con el tiempo.

 

Korina toma su nombre de un árbol africano. Se dice que ella trajo la lluvia a su poblado, pero como tantas otras cosas no podemos saber si es leyenda o realidad.

 

Irene Espinosa García

3ºC

 

 

BABILA

 

 

Estaba en su despacho tecleando en el ordenador, puede que uno de sus numerosos informes. Era ajeno al contante ruido que hacían las gotas de lluvia sobre el inmenso ventanal de la habitación. Miró el reloj de la pantalla, las seis y media, que aburrimiento. Se levantó y miró por la ventana, al ver que llovía pensó “Que pesadez la cantidad de agua que está cayendo este año”. Ser inmensamente rico debe ser un sueño para la mayoría de los mortales, sin embargo, Don Manuel Leirado estaba cansado de no saber que más hacer con su dinero. Llevaba un año entero en España, y para él estar tanto tiempo en su casa era algo angustioso, sin familia y sin trabajo que hacer, a veces deseaba no haber abierto esa primera tienda de ropa, que con los años, se convirtió en un gran imperio textil que le hizo ser tan avaricioso.

Giró sobre la punta de sus pies y dirigió la mirada hacia el globo terráqueo que había sobre su escritorio. “Vamos a hacernos un pequeño viajecito” pensó antes de hacerlo girar y pararlo con el dedo para ver cual sería su próximo destino. Irlanda, allí fue a parar su dedo, pero él solo pudo reír recordando que ya había estado dos veces. Lo hizo girar de nuevo y la suerte le llevó a la isla de Java, donde ya había estado en 2003. A la tercera va la vencida quiso pensar y así al detener el globo fue a poner su dedo en Senegal y así fue como sin pensarlo dos veces Manuel decidió ir a pasar una semana al país africano.

Dakar, la capital, era una maravilla. El hotel elegido por Manuel, fue de lo más lujoso y confortable,

y fue en la recepción donde contrato una pequeño tour en todo terreno por el desierto de Senegal, con guía incluido, para ver la fauna del lugar y abstraerse un poco del estrés de la gran ciudad. Al día siguiente un autobús cargado de turistas fue a recogerle al hotel, este autobús le llevaría al encuentro con el guía turístico que le mostraría los mejores rincones del desierto senegalés. El paisaje iba cambiando con cada kilómetro recorrido y Manuel no podía evitar hacer multitud de fotos a todo lo que veía a través del cristal. Llegados a su punto de destino y al bajar del autobús los turistas se iban reuniendo con sus respectivos guías turísticos, entonces fue cuando Manuel vio a un hombre alto, de piel negra como el tizón y de sonrisa amigable que llevaba en sus manos un cartel donde ponía “Manuel, Spain”.

- ¡Hola! - le saludó el hombre - me llamo Ketenye y voy a enseñarle todo lo que hay que saber sobre la fauna y las tradiciones de la gente que vive en este desierto, a las diez de la noche, le dejaré en su hotel de las dunas y mañana continuaremos la visita.

- Muchas gracias, seguro que va a ser increíble.

El viaje estaba siendo fantástico, habían visto leones, cebras e incluso elefantes en la lejanía. Ketenye era un hombre de esos a los que te pasarías la vida escuchando sin cansarte nunca. Comenzaba a explicar algo sobre un animal y a la vez te contaba porque las personas de la zona lo crían importante o en algunos casos incluso místico.

 

- Allí a lo lejos, hay uno de los poblados más antiguos de todo África ¿lo ve? - comentó ketenye, mientras Manuel se refrescaba con algo de agua - no me puedo acercar mucho más, no les gusta.

- Desde aquí se ve bien, sus casas son muy pequeñas y no parecen demasiado resistentes.

- Y no lo son - afirmó Ketenye - pero ese no es el mayor de sus problemas.

- ¿Y cuál es entonces? - preguntó interesado Manuel -.

- El agua, en estas regiones, algo tan simple como abrir un grifo, es algo impensable.

- ¿Realmente el problema con el agua es tan grave? Quiero decir, antes pasamos por un pequeño oasis.

- Sí, un oasis de agua estancada, en la que beben los camellos de tribus nómadas y que en los meses más secos no tiene agua suficiente. Creo que usted, nunca ha oído eso de que la cantidad de agua que se utiliza al tirar una sola vez de la cadena del inodoro, es el agua que en estos lugares usa una familia entera de cinco miembros para cocinar, lavarse y beber durante todo un día.

- Yo... no puedo ni imaginarme como debe de ser vivir de esa manera.

- Nadie puede hasta que no lo vive.

En aquel momento Manuel se dio cuenta de que la voz de Ketenye sonaba seria y contundente y de que la sonrisa le había desaparecido de la cara, en realidad, poniéndose en el lugar de esas personas todo el mundo pierde momentáneamente la alegría.

Se hizo de noche y justo a las diez como había prometido el guía, el todo terreno dejó a Manuel en la puerta del hotel en las dunas en el que pasaría la noche. El hall del hotel era espacioso y el suelo era tan brillante que Manuel podía reflejarse en él. Pidió la llave de su habitación y subió al primer piso. Estaba cansado y solo tenía ganas de darse una ducha caliente e irse a la cama a descansar.

Mientras se duchaba no pudo evitar pensar en las historias tan maravillosas que le había contado Ketenye. Al salir de la ducha, se lavó los dientes y se limpió los cristales de las gafas con un trozo de papel higiénico, al terminar lo tiró en el retrete y tiró de la cadena. Nada más hacerlo se arrepintió acordándose de las palabras del simpático guía “ El agua que se utiliza cuando se tira una sola vez de la cadena...” entonces la cabeza de Manuel empezó a funcionar casi tan rápido como cuando abrió aquella pequeña tienda, que después le hizo totalmente rico. Se tumbó en la cama y comenzó a pensar en un nuevo proyecto, que no le haría ganar dinero pero si satisfacción, y con millones de ideas en mente se fue quedando dormido.

- ¡Buenos días! - saludó de forma enérgica ketenye al hombre que guiaría una vez más por su amado desierto-.

- Buenos días, amigo. - respondió Manuel -.

- Hoy va a ser un día agotador, primero iremos a visitar las llamadas montañas de arena donde podremos ver...

 

- Espera, espera - le interrumpió el empresario – quiero que me lleves, si no es demasiada molestia, al poblado sobre el que me hablaste el otro día. Me gustaría poder hablar con alguna de las personas que viven allí.

- Si es su decisión - contestó Ketenye extrañado – aunque le aviso que allí las personas son algo desconfiadas.

Al llegar al poblado, un hombre anciano con un bastón de madera salió a recibir a los dos hombres y comenzó a hablar en una lengua desconocida para Manuel, pero que Ketenye parecía dominar a la perfección. Después de una conversación larga en la que el jefe del poblado parecía no dar su brazo a torcer, Ketenye, consiguió que les dejaran entrar a hablar con alguno de los miembros de la extraña aldea. Manuel intentó hablar con algunas mujeres que estaban sentadas en un tronco en la puerta de una de las pequeñas cabañas, pero no quisieron ni mirar al pobre traductor en el que se había convertido el guía turístico. Después, lo intentaron con un joven de unos veinte años, pero estaba muy ocupado dando de comer a sus animales y tampoco obtuvieron respuesta. Entonces, Manuel vio a un chiquillo de unos ocho años con un cubo de agua en la cabeza y arrodillándose junto a él, le pidió a Ketenye que tradujese.

- Hola, ¿de dónde vienes?.

- De coger agua, señor. - respondió aquel niño con voz quebrada-.

- Pero para coger agua tienes que ir muy lejos ¿verdad?.

- Sí, pero no importa, pues mi familia y yo necesitamos este agua para poder beber y comer hoy.

- ¿Alguna vez has ido a por agua y no había?.

- Sí, una vez. Llegué llorando a casa y mi madre me contó una historia.

- ¿Podrías contármela pequeño?.

- La historia se la contó mi abuelo a mi madre y su padre a él, pues es muy antigua. Cuenta la leyenda que un dios llamado Abdou mantenía siempre nuestro oasis lleno de agua limpia a cambio de que nunca nadie pescara ninguno de los bonitos peces dorados que vivían en él, sin embargo, un día el hijo del jefe del poblado cogió uno, lo que hizo enfurecer a Abdou, que vació el oasis pera no volverlo a llenar del todo jamás.

- ¿Tú crees esa historia?.

- Claro que no, pero hace sentirse mejor a los niños de menos edad, que como yo hice un día llegan llorando a su casa porque no encuentran agua. Además, las madres cuentan que un día llegará el espíritu del agua perdonando lo pasado y volviendo a traer el agua a mi poblado.

A Manuel se le llenaron los ojos de lágrimas y preguntó:

- ¿Cuál es tu nombre?.

 

 

 

LA CARTA

 

 

Judith Jiménez Iglesias, 1º Bach. A

 

 

 

 

Después de un duro mes de investigación, al fin, lo habían conseguido. Un grupo de arqueólogos había encontrado casualmente en una expedición por el desierto un papel doblado meticulosamente que entre sus pliegues escondía lo que recientemente reconocerían como una hoja de periódico. Era casi imposible entender lo que ponía, pues la mayor parte de las palabras habían sido borradas con el tiempo y parecían haber sido escritas con gran dificultad. Pero el trabajo había terminado. Cinco personas deseosas de conocer los resultados de tanta investigación, muertos de la curiosidad por saber qué historia se encontraría en aquel papel que por fin había podido transcribirse al completo, se reunieron alrededor del que se disponía a leerlo. Echó una ojeada por encima a lo que deducían que era una especie de carta o nota, y comenzó a leer en voz alta para los demás que se encontraban impacientes:

Qué pensará de mí el que lea esta carta escrita a duras penas con la pluma medio gastada que me regaló mi padre, esa que siempre me gusta llevar conmigo para recordarlo y ahora estoy usando en un papel medio roto y sucio que no recuerdo ni cómo llegó a mi bolsillo. Pues todo tiene un motivo: escribo porque me siento solo. Cuando este camino empezó, hará como mucho tres semanas, éramos al menos 12 supervivientes. Ahora solo quedo yo, por lo que necesito contarle lo que me vaya sucediendo a alguien, aunque sea al papel, para sentirme un poco más acompañado y no terminar dándome por perdido ni por muerto como el resto. En el momento que decidimos empezar la ruta en busca de la salvación después del accidente, no pensamos que sería tan complicado. Llevo cinco días siguiendo mi propia dirección y cada vez me quedan menos esperanzas. No hay ni rastro de gente, ni de vegetación, solo he podido toparme con algunos insectos… y, por supuesto, ni rastro de agua. Me conformaría con unas gotas. Los dos primeros días pude hacer uso de la pequeña cantidad que quedaba en la cantimplora de las provisiones, pero fui un insensato gastándola toda, pensando que encontraría aunque fuera una planta de donde poder sacarla.

Me muero de calor y la caminata me está matando. Empecé recorriendo al menos cuatro kilómetros al día y ahora me cuesta poder hacer uno solo. No sé qué direcciones tomar, ni cómo orientarme. A veces pienso que estoy dando vueltas sin sentido, pero intento no rendirme. Todo sería mucho más fácil si encontrara aunque fuera un triste charco.

El hombre que lo estaba leyendo paró por un momento para mirar las expresiones de los que lo rodeaban. Todos tenían la mirada fijada en él y esperaban con ansia a que siguiera leyendo. La historia cada vez los tenía más cautivados a todos. Solo con pensar que era lo último que había hecho alguien se les ponían los pelos de punta. Intentaban hacer memoria de algún suceso o noticia sobre un posible accidente de avión en mitad de ese desierto que hubiera dejado como único superviviente a su escritor. Solo querían seguir sabiendo más.  A medida que avanzaba, la caligrafía de la carta original se volvía más incomprensible y difícil de descifrar. El lector carraspeó y, sin decir palabra, prosiguió su lectura del borrador de la traducción.

Ha pasado un día y medio desde el último punto en el que dejé el escrito, pero cada vez me faltan más las fuerzas y me cuesta continuar. Hace un rato me pareció ver a lo lejos una fuente. Me recordaba mucho a una enorme que había en mi parque favorito de cuando era pequeño, en la que me gustaba empaparme junto a mis amigos en verano. Corrí hacia ella en cuanto la vi, pero cada vez parecía estar más lejos. Cuando llegué al punto en el que se suponía que debía estar, no hallé nada. Otra maldita alucinación. Ya me han acosado unas cuantas en las últimas horas y estoy empezando a preocuparme. Para colmo, tras la carrera que me he pegado bajo el calor abrasador hasta llegar a la fuente, me encuentro aún peor. Creo que en estos momentos preferiría estar muerto. Las pocas fuerzas que me quedan son para escribir  y al menos poder compartir mi tortura con alguien. Nunca pensé que podría llegar a pasar todo esto… en ningún momento de mi vida se me pasó por la cabeza que alguien podría encontrarse en esta situación. Y sin embargo aquí estoy yo, viviéndola y muriéndola. No sé cuánto más podré recorrer, pero llegue a donde llegue, que no se diga que no lo he intentado.

Las caras de los oyentes cada vez tenían más muestras de preocupación y ansiedad. A veces incluso costaba seguir escuchando o leyendo, pero la curiosidad por saber cómo acababa la historia les hacía seguir petrificados, esperando a que algo bueno pasara.

Hace unas horas reuní todas mis fuerzas para poder continuar. No he dejado de andar ni de buscar la fuente de mi salvación, literalmente. He comido un poco de pan que llevaba guardando durante todos estos días para una emergencia y me he armado de valor. He sacado la energía de todos los rincones de mi cuerpo y tengo buenas vibraciones…

 

¡MIERDA! Como en un principio pensaba, he estado dando vueltas en círculo. Veo a lo lejos el edificio donde he vivido toda mi vida. El barrio del que huí, mi barrio, en ruinas. Ya no aguanto más, esta situación puede conmigo. Corre un poco de viento y un periódico llega hasta mis pies….

 

He subido a mi casa y me he acostado en lo que queda de mi cama. ¿Qué mejor lugar para morir que donde he pasado tantos momentos de mi vida?

No hay más texto en la carta. Todos en la sala quedaron confusos y aturdidos. Corrieron a por el periódico que se encontraba envuelto en el papel del escrito y rápidamente llamaron al traductor que se encargaba de él. En él se podía contemplar la fotografía de una ciudad completamente destruida. Parecía la primera página. El traductor leyó en voz alta:

“EL PAÍS ------- 13-8-2015”

Primero se miraron entre ellos. Acto seguido, dirigieron todos sus ojos a la vez al calendario que había colgado en la sala, cuya fecha era 1-7-1456.

Bajo la foto de la portada, el trozo de noticia que se podía leer decía…:

Después de varios años del aumento de la contaminación mundial y del derroche de materias primas por parte de la población, una terrible sequía asola el planeta y ya ha comenzado a destruir numerosas localidades e incluso ha puesto fin a la vida en algunos de los países del hemisferio sur. La situación cada vez se agrava más y ya cuenta con desastres y muertes en el hemisferio norte. Algunos científicos califican este hecho como lo que podría ser el fin de la raza humana tal y como la conocemos, ya que la vegetación se ha vuelto casi inexistente y cada vez es más imposible contar con aire de calidad y agua con los que poder sobrevivir…

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